miércoles, 29 de junio de 2011

My so-called life

Angela Chase, personaje protagonista de la serie My so-Called Life, siempre me ha fascinado. En 1995 –que es cuando calculo que la emitieron en Canal +– yo tenía 12-13 años, dos o tres menos que los protagonistas de la serie, y por aquel entonces Chase conseguía producirme una explosiva mezcla entre la envidia malsana, la idolatría y la repulsión. Lo triste, o lo alentador según se mire, es que al volver a ver la serie (bendito Danko de series yonkis, ya te echo de menos) unos trece o catorce años después volví a sentir lo mismo.



Salvando la moralina noventera antidrogas y antisexo precoz (que ya es mucho salvar) y dejando de lado el bochornoso capítulo que yo creo inspirado por la más bochornosa aún canción de Soul Asylum Runaway Train sobre la desaparición y el abandono del hogar de jóvenes norteamericanos probablemente problemáticos (aunque puede que no tanto como los melenudos que conformaban este grupo mediocre capitaneado por un insulso cuyo máximo logro fue, no sé cómo coño, tirarse a Winona Ryder antes de darse a la cleptomanía); los personajes creados para la serie son extraordinarios y las escenas de instituto que recoge, impagables. Hay conciertos en garajes, fiestas de Halloween, cenas de acción de gracias, besos en el interior de un coche, besos en el cuarto de las calderas, besos bajo las gradas, besos contra las taquillas pero sobre todo, los personajes de Angela Chase y Jordan Catalano interpretados por Claire Daines y Jared Leto.



Como decía al principio ella me maravillaba. Lo hacía desde los primeros minutos de la serie cuando aparecía el título My so-called life que describía a la perfección el carácter cínico, con toques casi nihilistas, y excesivamente victimista de Angela. Y es que Angela Chase era una pesada la mayor parte del tiempo: paseándose ensimismada y cabizbaja, siempre infeliz; hundida el día que le sale un grano (incluso cuando tiene una piel maravillosa que por supuesto no es capaz de apreciar) y contestando con demasiada frecuencia fatal a sus padres (probablemente porque tienen una vida sexual notablemente más intensa que la suya, jueguecitos con disfraces incluidos).




En definitiva Angela Chase es una adolescente de pro que juega en cada capítulo a ser rebelde: se tiñe el pelo de rojo, rechaza a sus amistades de toda la vida para irse con “el chico latino gay” (los neofeminismos/queer y la multiculturalidad teórica de los 80 se plasman en las pantallas americanas en los 90) y la teen de mala  re“puta”ción supuestamente alcohólica que aquí habría sido una botellonera de lo más normal. Todo ello adornada con un look grounge compuesto de camisas de cuadros, Dr. Marteens y –dios mío– petos vaqueros. En definitiva podemos decir que básicamente Angela Chase sería una petarda de no ser por ciertos visos geniales que la convierten en una futura mujer extraordinaria. Alguno de mis momentazos preferidos… por ejemplo cuando canta como una loca saltando encima de su cama Blister in the Sun o cuando Jordan Catalano intenta besarla por primera vez y, al hacerlo, la interrumpe cuando habla. En vez de callarse como habría hecho cualquier adolescente derretida se lo hace notar y le deja claro que hay momentos para todo y, fundamentalmente creo yo, le sugiere que se lo curre más.

¿Y cómo es él? Porque por supuesto todo gira –al menos para mi lo hace hasta el punto de avanzar con el megavideo para ver los momentos en que salen ellos– en torno al hecho de que Angela se enamora del chico más malo, perdedor e increíble e irremediablemente atractivo del instituto, Jordan Catalano.



Creo que él es la razón por la que odiaba en parte y odié, creo recordar que durante mucho tiempo, a Claire Danes (porque en la serie no follaron pero quiero pensar, si no volveré a odiarla, que en la vida real sí). De Catalano me fascinaba su absurdo apellido, su pelazo, su insoportable abulia, su capacidad para hacer que un anillo en el dedo gordo de la mano resultara sexy y su aún más elogiosa virtud para conseguir que todos los que le mirábamos, incluso siendo no sólo un personaje de ficción sino un zoquete y un gandul, nos deshiciésemos por él.

Jordan Catalano es sin ninguna duda uno de mis personajes del cine adolescente preferidos. Creo que es de los más atractivos que ha habido y de lejos Jared Leto es uno de los que mejor ha sabido entender y dar vida al típico “perdedor/follador/con intenciones de convertirse en el chico modélico”. Los guionistas de la serie se pasan acentuando su contexto sociocultural poco ventajoso (creo que es excesivo hacer como si no supiera ni leer o exaltar topicazos tan a lo Grease como es el del rollo “amo los coches y soy mecánico”) pero el momento en que coge de la mano a Angela por los pasillos, o que la empotra contra la verja del colegio para hacerle la pregunta más ingeniosa que el pobre alcanza a hacer “¿Por qué eres como eres?”, lo compensa todo.



Por todos estos motivos y por otros muchos más, hay subtramas en la serie que no están mal del todo, la estética hoy que reviven los 90 es una delicia y la música también está presente y muy bien, recomiendo encarecidamente buscar My so-called life para todos los que no la hayáis visto.

Eso sí, aviso, sólo hay una temporada. Por algún motivo que nunca entenderé ni compartiré la serie no gustó en los Estados Unidos, no tuvo audiencia y se canceló. Quizás no terminó de calar el lavado de cara modernillo y algo sucio que intentaron dar a la típica trama de instituto. Consecuencia, se queda todo a medias, pero siempre queda la imaginación.

martes, 28 de junio de 2011

Deanie ante el espejo



Wilma Dean Loomis es incapaz de mirarse a sí misma en el espejo. Desvía su mirada. La desvía ante sí misma y ante casi todo el mundo nerviosa y compungida como está por el qué dirán. Se consume por dentro observada como se sabe por Bud, presente impúdicamente en cada rincón de su cuarto, de su mente, de sus sueños. Torturada por querer y no poder o no saber cómo poder. Castigándose por las imposiciones ajenas pero, sobre todo, por las propias.

Esplendor en la hierba es, a mi parecer, una de las películas más extraordinarias que se han hecho sobre el deseo adolescente. En realidad creo que, en cierto modo, todo el cine adolescente gira en torno al deseo y es que nunca se quiere algo tanto como cuando tienes 15 años. Todo el universo gira en torno a aquello que deseas poseer, que necesitas poseer para seguir respirando y que sabes, o al menos esto es lo más habitual, que no puedes conseguir. El característico douleur exquise que provoca esta frustración cuasi constante del deseo, sólo sostenible en esa primera estancia de la vida que es la adolescencia, provoca una sensación tan adictiva y placentera como insoportable y miserable.

Dirigida en 1961 por Elia Kazan, que de desear lo propio y lo ajeno a costa de todo debía saber bastante, Esplendor en la hierba –aunque imagino que todo el mundo la habrá visto miles de veces ya creo que es uno de los must de las tardes veraniegas de la 2– trata la historia de Deanie Loomis y Bud Stamper, dos jóvenes pertenecientes a diferentes clases sociales en la América profunda (es decir, fuera de  Nueva York).

Bud es un cateto nuevo rico, bobalicón y atractivo que como buen estereotipo del género teen practica deportes y hace las delicias de todas las chicas del instituto. Poco espabilado, indeciso y tremendamente hormonado, no tanto por motu propio sino más bien mediatizado por los deseos de su padre que confía en que su hijo se espabile si echa un polvo, sale con la chica más maravillosa de la clase, Deanie. Maravillosa no sólo por la magistral interpretación de Natalie Wood, que atraviesa la pantalla, sino porque constituye un complejísimo personaje que va mucho más allá de la chica guapa y modesta de instituto. Deanie es la encarnación fílmica de uno de los grandes dramas a los que durante siglos nos hemos visto sometidas las mujeres, el deseo sexual. Un deseo que comparte ardientemente con Bud –los franceses, como no pueden evitar ser franceses, tradujeron libremente el título del filme como La fièvre dans le sang– pero que en cuyo caso se ve agravado por el hecho condicionante y definitivo de que no sólo no puede dar rienda suelta y materializar su deseo, sino que ni siquiera puede confesar que lo tiene dado que sabe perfectamente que, en caso de hacerlo, sólo ella sufriría las consecuencias y automáticamente dejaría de ser una “nice girl” ya que éstas “…doesn't enjoy those things the way a man does. She just lets her husband come near her in order to have children…” la madre de Deanie dixit.


Pero el gran drama estalla cuando Bud, un inseguro Warren Beatty, decide (en realidad y de un modo bastante perverso no lo hace él sino su padre) que no puede aguantar a base de pinzas y tiene que consumar su deseo con alguien menos “nice” que Deanie. Conclusión, Deanie se queda sin llevarse el gato al agua y enloquece no sabemos si de dolor, de rabia, de desesperación, de fiebre en la sangre o de todo al mismo tiempo. En medio de todo esto acontece el crack de la bolsa y el baile del instituto, incisos magistrales y decisivos para el transcurrir de la película que acaba con una escena de reencuentro (esa de ajuste de cuentas que todos hemos deseado tener alguna vez) en la que Deanie ya asumido quién es, ha rehecho su vida y se ha librado finalmente del insípido Bud que termina bastante mejor y con menos remordimientos de los que muchos le hubiéramos deseado.

Una de mis escenas favoritas, el intercambio de miradas y el sentimiento mutuo de estar fuera de lugar de las deliciosas Deanie y Angelina (Zohra Lampert).